Hola, ¿qué tal están?
Por si no me conocen, me presento: soy Mario Saavedra. He sido durante muchos años corresponsal en China y en Estados Unidos. Ahora intento comprender el loco mundo en el que vivimos como corresponsal diplomático y analista internacional de EL PERIÓDICO. Eso consiste básicamente en pasarme el día hablando con embajadores extranjeros en España, diplomáticos españoles en el exterior, analistas internacionales de centros de pensamiento y, de vez en cuando, viajando. Como a ustedes (probablemente) la situación se me sigue escurriendo entre los dedos: la ruptura del orden internacional basado en reglas, en el que prosperamos, y del derecho humanitario en las guerras de Ucrania y Gaza; la deriva autoritaria del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que al mismo tiempo da señales de buscar la paz en el mundo; o la redefinición del comercio internacional lanzada desde Washington que nadie sabe dónde va a acabar. En todo caso, aquí intentaré cada domingo aportar mi grano de arena analizando e interpretando lo que ocurre. También pueden seguir mis artículos en mi página de autor.
Les hablábamos ayer en EL PERIÓDICO de la larga lista de tradicionales aliados de Israel que están empezando a alejarse en mayor o menor medida de Benjamín Netanyahu. El primer ministro israelí ha tratado de garantizar su supervivencia política reiniciando una guerra total contra Hamás en Gaza. La de la Franja es ya la mayor sucesión de masacres diarias de civiles perpetrada en este siglo por una democracia (Israel es una “democracia defectuosa”, según The Economist, aunque no para la población palestina ocupada).
Solo este jueves, Israel mató al menos a 130 palestinos, buena parte de ellos, mujeres y niños. Pero lo que está alienando especialmente a sus aliados es el cerco medieval que ha impuesto sobre la Franja: no entran comida ni agua ni medicinas desde hace dos meses. Decenas de miles de niños pequeños están en riesgo de hambruna total. Esta es una práctica totalmente inédita para un país que mantiene un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Macron (que estudia reconocer el Estado palestino), Meloni (que pide que termine la masacre en Gaza) o hasta Trump (que habla de “crueldad”) dan señales de no querer lidiar más con el líder israelí y su gobierno ultra.
El presidente estadounidense ha ignorado por completo a Bibi en sus negociaciones con Irán, Hamás, los hutíes de Yemen o Siria. ¿Se ha roto la relación? Probablemente no,aunque la Radio Militar Israelí cita fuentes oficiales para decir que Trump ha roto con Netanyahu porque le "intenta manipular". Pero Tel Aviv avanza hacia el aislamiento. No fue así en los primeros meses de la guerra, en que todos los líderes occidentales abrazaban a Netanyahu y clamaban por su derecho a defenderse tras los ataques de Hamás, con 1.139 víctimas mortales y 250 secuestrados. 53.000 muertos en Gaza y 18 meses después, la guerra tiene como presunto end game la aniquilación de Hamás (un grupo terrorista para la UE, pero sobre todo una ideología que mezcla islamismo con nacionalismo contra la ocupación israelí) y la “migración voluntaria” de los gazatíes. Es decir, la limpieza étnica de cuantos más palestinos mejor para establecer la ocupación militar de la Franja. No funcionará; nunca en la eterna espiral de violencia constante en Oriente Próximo de las últimas décadas lo ha hecho.
La Unión Europea no ha hecho prácticamente nada para evitar esta masacre continua. Si en Ucrania no estamos en la mesa de negociación porque no nos dejan, en Gaza la UE no participa de la solución porque no quiere, o porque no sabe ponerse de acuerdo. Alemania es el principal obstáculo, porque interpreta su obligación de defender la existencia de Israel tras su pasado nazi sin computar en la ecuación los hechos recientes sobre el terreno, las atrocidades indiscriminadas, que en absoluto garantizarán más seguridad para el país, sino solo más aislamiento y dolor futuro. Lo decía a este diario el prominente activista israelí Yehuda Shaul: no se puede pretender que los padres palestinos a los que han masacrado a sus hijos o los hijos que han perdido a sus padres en bombardeos israelíes se conviertan al pacifismo. Lo mismo podría decirse de Israel tras el 7 de octubre pero, como sostiene el ex primer ministro israelí Ehud Olmert, la guerra cumplió sus objetivos en los primeros meses y debería haber terminado hace un año. Esta misma semana escuchábamos los llantos de un crío palestino junto a los cadáveres de sus hermanos pequeños y sus padres. Solo él sobrevivió.
Ursula von der Leyen ha mantenido un silencio ensordecedor estos dos meses de hambruna forzada en Gaza. ¿Por qué? Hemos preguntado en la Comisión, pero solo nos han dicho que apoyan al pueblo palestino y que han puesto unos centenares de millones de euros para ayuda al desarrollo. En Bruselas es bien conocido el choque que tuvieron por Gaza la alemana y el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell. “Estamos ante la mayor operación de limpieza étnica desde el final de la II Guerra Mundial”, dijo hace unos días Borrell en su discurso de recepción del Premio Europeo Carlos V. “Europa tiene medios no solamente para protestar, sino para influir en la conducta, y no lo hace. Suministramos la mitad de las bombas que caen sobre Gaza. Y si de verdad creemos que hay demasiados muertos, la respuesta natural sería suministrar menos armas. Y utilizar la palanca del acuerdo de asociación para exigir que se respete el derecho internacional humanitario, y no solamente lamentar que tal cosa no se haga”. El próximo 26 de mayo, los ministros de Exteriores votarán si se revisa ese acuerdo con Israel. Veremos.
Hasta la próxima semana
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